El calentamiento de los océanos y la pérdida de hielo marino en el Ártico y la Antártida pueden afectar los hábitats y la alimentación de las ballenas. Es probable que grandes concentraciones de diminutas plantas y animales, de los que se alimentan, se muevan o disminuyan a medida que el cambio climático altera la temperatura del agua del mar, los vientos y las corrientes oceánicas.
Estos cambios pueden significar que las ballenas, como las jorobadas y las azules, tengan que migrar mucho más para llegar a las áreas de alimentación, dejándolas con menos tiempo para buscar comida. El cambio en la disponibilidad de alimento debido a las fluctuaciones climáticas ya está afectando las tasas reproductivas de la ballena franca del Atlántico norte, considerada en peligro de extinción.
Muchas de las rutas marítimas más transitadas del mundo se superponen directamente con áreas donde las ballenas se alimentan, dan a luz, amamantan a sus crías o viajan entre las áreas de alimentación y reproducción. Las colisiones con barcos, los enredos en las artes de pesca y la contaminación lesionan y matan a las ballenas.
La actividad marítima genera ruidos que pueden interrumpir la comunicación de las ballenas o incluso dañar el oído de las mismas, tal perturbación puede excluirlas de zonas críticas de alimentación y reproducción e interrumpir sus rutas migratorias.
Fuente: WWF,CONANP, GreenPeace